Panteón de los Marqueses de Moya en Carboneras de Guadazaòn

Enterramiento de los Marqueses de Moya

El Panteón de los Marqueses de Moya se encuentra situado junto a la carretera N-420 de Cuenca a Teruel en la localidad de Carboneras de Guadazaón. El edificio no deja indiferente a nadie que transite por dicho camino.

Se trata de la Iglesia de Santa Cruz, único edificio que se mantiene en pie del convento fundado por los Dominicos en el siglo XVI. Se construyó en terrenos donados por los Marqueses de Moya. En el archivo histórico provincial de Cuenca se encuentra el documento de la donación:

Documento de donación de los Maqueses de Moya. / Archivo Histórico Provincial de Cuenca.

‘Otorgamos e conosçemos que por razón que nosotros auemos mandado hacer e hedificar a seruiçio de Dios Nuestro Señor e honrra e ensalçamiento de su culto diuino un monesterio endereçado a la horden del bien auenturado Santo Domingo, e de su deuota religión, que se llama el monesterio de la aduocaçión de Sancta Crus, en el nuestro lugar de Carboneras, que es en el término e jurediçión de la nuestra villa de Moya’.

Portada de acceso al Panteón de los Marqueses de Moya

La portada es de gótico isabelino, con arco de medio punto abocinados y rematados con una moldura en forma de arco conopial. A ambos lados de este arco se encuentran los escudos de armas. La portada se encuentra enmarcada por pilastras con remates en forma de pináculos. El parteluz divide en dos la puerta de entrada, coronándose con dos arcos carpaneles.

Interior de la iglesia de Santa Cruz.

La planta es de cruz latina, con bóvedas de crucería propias del gótico isabelino.

Al igual que en muchas iglesias de la provincia, en el siglo XVIII se hace un replanteamiento decorativo al estilo de José Martín de Aldehuela. Sobre la antigua cubierta gótica se establecen unas bóvedas de lunetos construida con yesería y ornamentación con molduras y placados de rocalla.

Capilla lateral con decoración del s. XVIII

LOS MARQUESES DE MOYA

Marqueses de Moya, por Diego de Obregón (1685-1699)

Doña Beatriz de Bobadilla, que era unos diez años mayor que Isabel, provenía de una familia al servicio de la monarquía. Su padre, Mosén Pedro de Bobadilla, había sido el amo de la futura Reina Católica y de su hermano Alfonso, cuando éstos todavía estaban con su madre; con posterioridad, desempeñó otros oficios, habitualmente a la sombra de su poderoso yerno, Andrés de Cabrera.

Parece evidente que Beatriz debió de criarse junto a Isabel, o al menos eso es lo que afirma el cronista Alonso de Palencia. Está documentada su condición de dama de Isabel desde fecha muy temprana, una vez que la futura soberana fue trasladada a la corte castellana.

La amistad entre las dos mujeres, fraguada durante la infancia y la adolescencia, continuó hasta la muerte de la reina, tal como señala Gonzalo Fernández de Oviedo, que afirma que Beatriz era para Isabel

“desde su tierna edad muy cara e amada e acepta dama […]; tanto, que me acuerdo de verlas ya viejas e nunca la reyna la llamaba sino hija marquesa».

Gonzalo FERNÁNDEZ DE OVIEDO, Batallas y Quinquagenas, vol. I, Madrid: Real Academia de la Historia (…)

Bien es verdad que tan larga amistad no dejó de tener alguna ruptura, quizá bien entendida por Isabel: en 1470, contrariada por el matrimonio de su señora con Fernando de Aragón, Beatriz se pasó al bando de Enrique, aunque es posible que la defección se debiera al deseo de la dama de militar en la misma parcialidad que su marido, que se mantuvo fiel a Enrique IV hasta que éste falleció.

Pese a todo, desde la lejanía Beatriz prestó un señalado servicio a Isabel: ella y su marido maniobraron para que Enrique IV escenificara la reconciliación con Isabel, cosa que se hizo en Segovia, que recibió en el alcázar a los futuros Reyes Católicos con muchos agasajos y atenciones. La participación de Beatriz en esas negociaciones es bien conocida, y ha sido resaltada por varios de los cronistas coetáneos.

Más negativas son las opiniones de Alonso de Palencia. El cronista acusa a Cabrera y Bobadilla de “mirar por su bien”, siguiendo el consejo que el cardenal Mendoza le dio a Beatriz:

“que al trabajar por la ajena prosperidad no descuidase la propia y la de su marido”. Palencia plantea, de forma más abierta, el asombro que le causaba la actitud de Cabrera, que “despreciando las murmuraciones de los cortesanos, recibía alegre y cortésmente a uno y otro huésped, sin dar señales de celos”, criticando también duramente al caballero por ser “un advenedizo, juguete en las manos de su mujer”.

Alonso de Palencia. Crónica de Enrique IV

Isabel y Fernando nunca dejaron de reconocer el gran servicio habían prestado Cabrera y Bobadilla desde antes incluso de que se sentaran en el trono. Ya en 1475, en un privilegio otorgado a la pareja, aludían al hecho de que

“en tal manera nos servistes, que por la bondad de Dios nuestro señor, quieta e pacíficamente, a causa de vuestra lealtad sucedimos e reinamos en estos dichos reynos”; son “tales e tan altos servicios”, que “no solamente con una manera de galardón se requiere e conviene responder, más con diversos pleytos se debe remunerar e satisfacer e pagar”, entre otras cosas para que “la memoria e fama de tan señalados servicios que hicistes nunca perezca”, de tal modo que “sea vuestra lealtad espejo para todos los vivientes”.

 Gonzalo FERNÁNDEZ DE OVIEDO, Batallas y Quinquagenas,

En consecuencia, los soberanos recompensaron sobradamente esos servicios. Entre las recompensas, la más importante, sin lugar a dudas, fue la concesión del Marquesado de Moya, pero a ella se unieron también diversas mercedes económicas, algunas de ellas concedidas específicamente a Beatriz.

La dama además, formó parte, de manera habitual, de la Corte de Isabel I. Precisamente su continua presencia en la corte estuvo, en una ocasión, a punto de costarle la vida durante el asedio de Baza, en el contexto de las guerras contra Granada.

Las afectuosas relaciones que vincularon a los marqueses de Moya con Isabel I se reflejaron también en el testamento de la soberana, en el que rogó a sus sucesores que les dispensaran una protección especial, exigiendo que, en caso de operarse algún cambio en su situación, fuera ese cambio sinónimo de acrecentamiento de su estado, nunca de lo contrario, imponiendo igualmente a sus sucesores el deber de honrar a la pareja. No fue así: una de las primeras acciones de gobierno realizadas por Felipe el Hermoso en 1506 pretendió obligar a Andrés de Cabrera a entregar el alcázar de Segovia. La entrega nunca se produjo, Cabrera y Bobadilla se negaron a obedecer la orden regia, manteniéndose en la fortaleza hasta que la muerte de Felipe y el consiguiente regreso de Fernando permitieron que las aguas volvieran a su cauce.

REFERENCIAS

Rabade Obradó, M.P. Leonor López de Córdoba y Beatriz de Bobadilla: dos consejeras para dos reinas, en e-Spania, revue interdisciplinaire d´études hispaniques médiévales et modernes. https://doi.org/10.4000/e-spania.20705

https://otraiberia.es/panteon-marqueses-de-moya/

https://cadenaser.com/emisora/2018/02/15/ser_cuenca/1518709874_666073.html

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