Juana de Honrubia, la «alumbrada» de Belmonte

Extracto del libro Beatas y endemoniadas. Adelina Sarrión

Juana de Honrubia casada con Juan de Nájera, platero, no tenía hijos. A la edad de cuarenta años en 1587, fue denunciada al Santo Oficio.

Colegio de Jesuitas de Belmonet

Vivía en Belmonte donde practicaba una vida piadosa. El crédito que había alcanzado entre los clérigos le llevó a su confesor, el jesuita padre Ruescas, a encomendarle que rogase a Dios por alguno de sus fieles. Por mediación de éste entró en contacto con tres mujeres de la familia Pacheco y fue durante una enfermedad de Lucía Pacheco de Ayala, cuando ésta y su hermana María Pacheco de Ayala, entablaron relaciones con Juana de Honrubia, que pasó a hacer oración y penitencia por ellas.

Colegio de Jesuitas. Belmonte

Lograr beneficiarse de un eficaz mediador con la divinidad era muy valorado entre las familias más poderosas, esto dejaba un espacio abierto a la picaresca que permitía beneficiarse de su favor y su dinero. Las mujeres de la familia Pacheco encargaban a Juana de Honrubia que rogase por sus difuntos o hiciese peticiones en lugar de encomendárselo a los clérigos. A cambio, le entregaron muchos regalos y hasta un total de ochocientos ducados, según su declaración.

Castillo. Belmonte

A través de las Pacheco, entró en contacto con las monjas del Convento de Santa Catalina de Siena en Belmonte (actual Hotel Infante Don Juan Manuel) donde Francisca Pacheco era subpriora. La admiración de ésta por Juana comenzó durante una enfermedad. Su creciente presencia en el convento y su influencia sobre monjas y beatas, provocó la antipatía de la priora. Juana las engatusaba a todas con los relatos de sus visiones celestiales, llegando a convencer a una de las hermanas Pacheco de que ingresara en el convento. Su prestigio era tal entre ellas que recurrían a Juana para cualquier problema, quien las convencía de que todo se debía a causas sobrenaturales que sólo ella podía dominar.

Antiguo Convento de Santa Catalina, hoy Hotel Don Juan Manuel

Pero su influencia llegaba a otras personas de Belmonte, como la beata Ana de Ariaga, que confesó a los inquisidores su deseo de entrar en contacto con ella. Fue su relación con los poderosos lo que provocó su caída. Sus revelaciones “divinas” sobre las relaciones de doña Francisca Ponce de León y el rector de la Compañía incomodaron a algunos. Pronto su sabiduría resultó peligrosa y sospechosa. Un fraile carmelita pidió a María Pacheco que convenciese a Juana para que le contase los dones que Dios le había concedido, con el fin de averiguar el origen de tales visiones. Juana de Honrubia se negó y el carmelita previno a María Pacheco de la posible maldad que inspiraba a Juana. Después de eso, las Pacheco, las monjas y las beatas comenzaron a interpretar los dones divinos como dones del demonio.

A finales de julio de 1587, el corregidor de Belmonte apresó a Juana de Honrubia y a su marido para evitar que se marchasen del pueblo mientras la delación llegaba a los inquisidores conquenses.  El 25 de septiembre se condujo a Juana a las cárceles secretas de la Inquisición de Cuenca.

Cárcel de la Inquisición (Archivo Histórico Provincial)

En la calificación se recogían los testimonios contra Juana de Honrubia, llegando a la conclusión de que cuarenta y seis de los cincuenta hechos imputados se debían a la intervención del diablo y propias de los alumbrados, como la capacidad de adivinar el futuro, pronosticar enfermedades y dominar plagas, tener visiones del Niño Jesús, de los ángeles o de Dios. Fue acusada de mantener un pacto con el diablo, ser alumbrada y hechicera, además de hereje.

Juana declaró haber inventado las más variadas historias que fueron interpretadas como manifestaciones de su pacto con el diablo, no hay ninguna referencia a que Juana fingiese los hechos por su propia voluntad. Ella insiste en que había contado estas historias para que la creyesen santa y en como aprovechaba la información para que pareciese adivina del futuro.

El licenciado Juan Noguerol actuó como abogado y ordenó la defensa en torno a cuatro puntos: la acusada nunca sostuvo opiniones heréticas o contrarias a la Iglesia; en segundo lugar, argumentaba que nunca invocó al demonio ni tuvo trato con él; en tercer lugar resaltaba la ejemplar vida cristiana de la acusada y por último, señaló que sólo las mujeres de la familia Pacheco, a quienes había calificado de sus enemigas, la habían acusado.

En su declaración, alguna de las monjas del convento de Santa Catalina, afirmaron que la priora y subpriora proclamaban la santidad de la acusada, aunque veían en esta un elemento de discordia en el convento. Fueron precisamente sus vecinos más poderosos quienes apoyaron a Juana, y varios situaron a las hermanas Pacheco en el origen de todas las acusaciones contra ésta, como venganza por haberse sentido timadas y engañadas.

El inquisidor Arganda propuso que Juana de Honrubia saliese en auto público de fe como penitente, abjurase de levi, recibiera cien azotes y fuese desterrada por cuatro años de Cuenca y Belmonte. El ordinario y los consultores manifestaron su acuerdo con este inquisidor, aunque proponían que los azotes se le diesen en Belmonte y no en Cuenca. El inquisidor Jiménez de Reinoso era partidario de una pena menos severa: debería ser reprendida en la sala y se le impondría una multa de diez mil maravedís.

El 12 de agosto de 1590 Juana de Honrubia salía a la Plaza Mayor de Cuenca con vela y soga, allí escuchó su sentencia y, al día siguiente, se le dieron los azotes por las calles de Cuenca.

Pocas sentencias serán tan rigurosas como ésta y la de María Martínez (también acusada de alumbrada y castigada en el mismo auto de fe), con estos procesos el tribunal de Cuenca hacía una pública advertencia y ponía de manifiesto su interés por vigilar y castigar no sólo a los conversos, sino también a los cristianos viejos que se alejasen de las formas religiosas impuestas en el Concilio de Trento.

En el mismo auto de fe de 1590 fueron juzgadas treinta y cinco personas de ambos sexos, doce de ellas eran vecinas de Quintanar de la Orden de una misma familia apellidada Mora. Treinta y dos fueron condenados y tres absueltos. Los delitos por los que fueron castigados varían entre la pertenencia a sectas como la de Mahoma, Lutero y Moisés hasta los delitos de fornicación, alumbrados o bigamia.

Los alumbrados

En el siglo XVI surgieron algunos grupos laicos que practicaron el cristianismo de forma particular. La convicción de que cualquier cristiano podía ser “iluminado” por el Espíritu Santo y llega a gozar de una especie de inspiración divina, propició que se ganasen el nombre de “alumbrados”. Esta comunicación directa con Dios y el protagonismo de mujeres, hace que sea subversivo para la institución eclesiástica.

El termino “alumbrado” fue empleado de forma creciente durante todo del s. XVI y XVII, bajo este calificativo se recogían diferentes experiencias religiosas consideradas heterodoxas por no seguir las pautas eclesiásticas oficiales. Al designarlo como herejía quedaba justificada su persecución. El calificativo de “alumbrada” acompañó a la mayoría de las acusadas por prácticas religiosas heterodoxas desde las últimas décadas del s. XVI hasta el s. XVIII.

REFERENCIAS

  • Sarrion, A.  (2003) Beatas y endemoniadas. Madrid: Alianza
  • Arias Pardo, M.C. y Fernández Carrasco, E. (2009). La Inquisición en Cuenca: el Auto de Fe de 12 de agosto de 1590. Revista de Derecho UNED, 4, 45-78

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